martes, 3 de junio de 2008

El día que Champiñón vivió en el Mar


Champiñón era un niño muy alegre. Vivía con sus padres en una casa justo al pie del mar. Cada día, apenas salía el sol se asomaba por su ventana, la que estaba en el segundo piso, y desde allí alcanzaba a ver todo el océano. Se imaginaba que sus aguas le hablaban y le decían que algún día llegaría a ser tan parte del mar, que sería casi imposible distinguirlo de un pez gigante, capaz de nadar a increíbles velocidades. Cuando salía de la escuela, Champiñón y sus amigos corrían hacia la playa, que estaba cerca del edificio de la primaria, y jugaban con las olas hasta muy tarde.
Una noche mientras la familia cenaba, sentados los tres alrededor de la mesa, el padre anunció que se irían a vivir a la ciudad, la que estaba a unos kilómetros de la playa, porque allí había encontrado un trabajo que, a la larga, le permitiría pagar los estudios de su hijo en la universidad. Al principio, Champiñón pensó que era una broma, no entendía muy bien cómo era eso de que se iban a mudar, pero le quedó claro cuando su padre le dijo que tenía que recoger su ropa y empaquetar sus juguetes, pues a la mañana siguiente no vivirían más allí. También le comentó que a partir de ahora iría a otra escuela, una que quedaba en el centro, cerca de la que sería su nueva casa.
Primero, Champiñón se quedó pasmado. Luego sintió que una explosión le crecía en el corazón y, sin saber porqué, le gritó a su padre que él no se iba a ir de allí, que se fueran ellos si querían, pero que él se quedaba en su cuarto, en su ventana con mirada al mar. Cuando lo vio gritar, su padre se enfadó y con voz fuerte le ordenó irse en ese momento a su habitación. Además, le recalcó que por la mañana deberían estar empaquetadas todas sus cosas. Champiñón miró a su madre, esperando que ella lo defendiera, pero ella sólo apoyó a su padre. Con la cabeza agachada, Champiñón se fue a su habitación.
El cuarto de Champiñón era muy amplio, con sus paredes azules. Tenía una cama en el centro y en los costados estaban armarios repletos de juguetes de mar: barcos, marinos, palmeras, canoas, redes y muchos otros, además, de libros sobre el océano, cómo son sus animales y plantas, y la tierra cómo es debajo de las aguas. Con pequeñas lágrimas comenzó a recoger su cuarto, primero su ropa y luego vaciar los armarios en cajas que su madre le llevó para que empacara.
Casi terminaba de empacar cuando se asomó a la ventana, miró el mar de noche, cómo crecía y se acercaba a su casa, el agua casi llegaba hasta el pórtico; también escuchaba el sonido de las olas golpeándose unas con otras y contra las rocas. Notó entonces que las paredes comenzaron a moverse, primero la pared de enfrente de la cama comenzó a agitarse, como si fuera a estrellarse contra la otra pared y, luego, ésta le respondió y las dos juntas comenzaron a acercarse y alejarse, siguiendo un ritmo como de olas del mar. Champiñón veía atónito el vaivén de las paredes. Apenas alcanzó a asustarse, pues de repente sintió una corriente de agua que lo envolvía: envuelto en las paredes de su propia habitación, que ya no eran de cemento sino de agua, salió disparado a través de la ventana rumbo al mar.
Entendió lo que sucedía cuando miró una parvada de peces junto a él; abrió muy bien los ojos para observar a la mantarraya que pasaba luciendo su cuerpo de elegante capote. Una corriente de agua lo arrastraba hacia el fondo, sentía el agua por todo el cuerpo, así es que comenzó a mover sus brazos y sus piernas, moviéndose como si fuera un pez, como los había visto cuando hacía snorkling con sus amigos; sonrió cuando una serpiente de mar, fluorescente, iluminó su vista. Cada vez se hundía más y más profundo y, ahora que se iluminaba con la luz que emitía la serpiente de mar, alcanzaba a ver con total brillo a los animales, las algas y hasta alguna que otra bacteria marina. Miró hacia arriba, ya no se veía la superficie; Champiñón supo que ahora era parte del mar.
Ya en la profundidad, llegó a una montaña, y se recargó sobre las rocas. Su piel se había vuelto de escamas. Una estrella marina le saludó.
-Hola, ¿eres nuevo? No te había visto por aquí-, le preguntó la estrella.
-Sí, acabo de llegar-, le dijo Champiñón-. ¿Cómo te llamas?
-Yo me llamo Flora, ¿y tú?-.
-Yo me llamo Champiñón-.
Los dos rieron.
-¿Y qué haces por acá?-
-Ahora me estoy convirtiendo en un pez, pero antes era un niño. Cuando era niño, el mar me prometió que me volvería un pez, así es que ahora que mi padre me quiere llevar a vivir lejos del mar, el mar ha cumplido su promesa. Ahora casi soy un pez. Mira, me están saliendo escamas-.
La estrella se fijó en la piel de Champiñón. Efectivamente, todo su cuerpo ahora brillaba debido a que las escamas reflejaban la luz que alcanza a llegar desde la superficie.
-¿En serio te vas a quedar aquí?-
-Sí-, respondió Champiñón, al que ya le habían salido unas aletas por debajo de sus brazos, mientras que éstos se iban haciendo cada vez más chiquitos.
-Sabes que hay un precio por volverse pez, ¿verdad?- inquirió la estrella.
-¿Cuál es el precio?-, preguntó a su vez Champiñón, poniendo cara de sorpresa.
-Pues yo no lo sé muy bien, pero sí sé que antes de que te vuelvas por completo pez, deber hablar con el Señor Tigre, él te explicará. Vamos, te llevaré-.
La estrella, que estaba pegada contra las rocas, se despegó y comenzó a nadar a través del océano. Champiñón la siguió, acompañado siempre de su serpiente de mar. Cada vez nadaba más rápido y veía mejor en la oscuridad del mar.
La estrella bajó hasta el fondo del océano. Allí, dormido con solo un ojo, reposaba el Sr. Tigre, un inmenso Tiburón Tigre, mostrando sus grandes rayas sobre su piel oscura. Champiñón se sintió indefenso ante el Sr. Tigre.
Con voz débil, le habló.
-Disculpe, Señor Tiburón, me llamo Champiñón y soy nuevo por aquí-.
-Dime qué quieres, muchacho-, le respondió con voz grave el Señor Tigre, mirándolo con su único ojo abierto.
-Quiero solicitar licencia permanente para ser pez, ¿sería posible?- preguntó con timidez Champiñón, a quien sus piernas ya se le habían juntado haciendo una enorme aleta.
-¿Por qué quieres volverte pez?- le respondió ásperamente.
-Es que el mar me lo prometió, me dijo que algún día yo sería pez y ahora que mis padres quieren llevarme a vivir lejos, el mar me ha cumplido su promesa-, dijo Champiñón con una sonrisa.
El tiburón tigre nadaba despacio, avanzó un poco y regresó hacia Champiñón; la estrella flotaba junto a él.
-Mira, muchacho, está por amanecer y, si no descubres el Secreto de tu Estrella antes de que salga el sol, te volverás para siempre pez y nunca volverás a ver a tus padres. Si quieres volver a verlos, tienes que descubrir el Secreto de tu Estrella pronto o ya no habrá nada qué hacer-, mencionó con voz grave el Sr. Tigre y, en seguida, se dio la vuelta.
-Espere, señor Tigre, ¿qué quiere decir? Espereeeeee-, le gritó Champiñón, pero el Señor Tigre no volvió.
Comenzó a amanecer y los primeros rayos del sol penetraron las aguas. Champiñón veía las parvadas de peces, la sal, un grupo de delfines cerca de la superficie. Quiso seguirlos, acompañado de su estrella y su serpiente de mar.
Los delfines saltaban en la superficie, describían enormes arcos y Champiñón quiso hacer lo mismo. Dio un salto enorme, atravesó la superficie del mar, sintió el viento en su cara de pez, en sus aletas, en sus escamas, y cuando estaba en lo más alto del salto sintió que no podía respirar, se ahogaba, pero a lo lejos alcanzó a ver a su padre y a su madre en la playa.
-Champiñón, dónde estás, regresaaaa-, le gritaban.
Champiñón quiso gritarles, pero no pudo, pues los peces no hablan el lenguaje de los humanos, entonces, cayó de nueva cuenta en el mar y pudo respirar.
Se puso a llorar, pues el sol casi salía y se convertiría en un pez para siempre. Nunca más vería a sus padres. Se recargó en un arrecife de coral. Entonces, sintió que la estrella lo tocaba en su aleta derecha.
Champiñón supo que le quedaban un poco de tiempo para descubrir el Secreto de su Estrella. Se concentró, la miró, la estrella le sonreía con sus ojos. Cuando todo él era un pez, menos su lengua, Champiñón dijo:
-Quiero ser marinero-.
Inmediatamente que pronunció estas palabras, una corriente del Norte lo empujó hacia la superficie. A medida que se acercaba a ella, se le iban quitando las escamas y le regresaba su piel de niño, sus aletas fueron desapareciendo y sus brazos volvieron a crecer, y también su cola se separó en dos piernas hasta que, finalmente, volvió a ser por completo niño.
La corriente de mar del Norte entró por la ventana de su cuarto y lo dejó sobre su cama. El agua que entró en la habitación se separó en dos bloques, los que volvieron a ocupar su lugar como paredes.
Champiñón se puso muy alegre cuando vio a su mamá entrar al cuarto diciendo:
-Pero dónde te habías metido, Champiñón. Te ayudo con tus cosas. Vámonos. Tu padre nos espera en la camioneta-.
Entre los dos tomaron las cosas ya empacadas de Champiñón y se dirigieron hacia la puerta. Antes de cerrarla, Champiñón volvió su mirada hacia atrás, vio su cuarto por última vez. Todavía no podía creer que hubiera pasado una noche en el mar, pero estaba muy contento porque su estrella era ser un marinero.


Gloria Mora G.